¿Qué se decía cuando no existían palabras como «gilipollas»?
En tiempos donde aún no se estilaban los tacos modernos ni las palabrotas de patio de colegio, el castellano antiguo contaba con un repertorio riquísimo, creativo y a veces hasta poético de insultos, pullas y afrentas. Muchos de estos términos hoy nos suenan a risa o directamente a latín, pero en su época eran auténticos cuchillazos lingüísticos.
Aquí te traigo una recopilación de más de 100 insultos del castellano antiguo, desde los más floridos hasta los más feroces, con su significado y contexto. Algunos son simples y directos, otros cargados de metáforas, pero todos tienen ese encanto de lo añejo y lo exageradamente teatral.
Insultos clásicos del castellano antiguo
Antes de que los tacos modernos inundaran nuestras conversaciones, nuestros antepasados ya tenían un repertorio afilado y muy creativo para poner a caldo a alguien. Esta sección recoge los insultos del castellano antiguo más habituales, aquellos que han sobrevivido en el imaginario colectivo o que aún resuenan en obras clásicas del Siglo de Oro. Son expresiones contundentes, llenas de estilo, y perfectas para insultar con elegancia y sin necesidad de gritar.
Estos insultos del castellano antiguo eran frecuentes tanto en tabernas como en textos literarios. Muchos de ellos eran usados en tono burlesco o satírico, lo que los hace aún más deliciosos para el oído moderno. Conocerlos es como abrir una ventana a una época donde hasta los improperios eran arte.
Bellaco – Malvado, vil, de baja condición.
Zahareño – Salvaje, huraño.
Truhan – Embaucador, persona sin vergüenza.
Lazarrón – Vago, holgazán empedernido.
Fementido – Falso, mentiroso, traidor.
Sandez – Persona necia, que dice sandeces.
Petimetre – Presumido ridículo.
Gaznápiro – Paleto, simplón que se queda embobado.
Zángano – Perezoso, inútil.
Mequetrefe – Don nadie que presume sin tener mérito.
Taimado – Falso, traidor, astuto en lo malo.
Tunante – Bribón, pícaro.
Belfo – Insulto hacia alguien con labios gruesos y caídos (sí, cruel).
Mentecato – De mente escasa, bobo.
Zafio – Grosero, sin modales.
Rufián – Persona de mala vida, canalla.
Papanatas – Ingenuo, que se lo cree todo.
Cenutrio – Tonto redomado.
Lelo – Embobado, falto de entendimiento.
Ñángaro – Harapiento, despreciable.
Pícaro – Con doble sentido: travieso o ladrón callejero.
Facineroso – Delincuente habitual.
Malandrín – Villano, delincuente.
Pernicioso – Alguien dañino, con mala influencia.
Deslenguado – Que habla sin respeto, insolente.
Burdégano – Insulto refinado: híbrido de asno y yegua.
Badulaque – Persona inútil y atolondrada.
Zopenco – De poca inteligencia.
Penco – Flaco y de mal aspecto.
Estólido – Torpe, necio.
Orate – Loco, desequilibrado.
Majadero – Impertinente, necio.
Cazurro – Tosco, cerrado de mente.
Botarate – Alocado, que malgasta su dinero o tiempo.
Tartajoso – Burla a quien tartamudea.
Cucufato – Mojigato, excesivamente piadoso.
Haragán – Flojo, perezoso.
Pecador de la pradera – Usado irónicamente para señalar a alguien como impío.
Sacripante – Fanfarrón y traidor.
Mangurrián – Vividor, sin oficio ni beneficio.
Zahurda – Se usaba como metáfora del lugar donde vivía alguien despreciable.
Cenizo – Persona que trae mala suerte.
Cagalindes – Miedoso hasta el ridículo.
Bobalicón – Tonto blando, ingenuo.
Gurrumino – Endeble, enclenque.
Gallardo de cocina – Valiente sólo cuando no hay peligro.
Mendrugo – Tonto, además de pedazo de pan.
Escuálido mentecato – Flacucho y sin luces, combo demoledor.
Canalla de postín – Canalla que hasta presume de ello.
Alfeñique – Débil físicamente, endeble.
Más rarezas dignas de Lope de Vega
Pero no todo eran insultos comunes y corrientes. Algunos tenían un nivel de extravagancia tan elevado que bien podrían haber salido de una comedia de Lope de Vega o de un monólogo cervantino. Aquí encontrarás esas joyas raras, esas expresiones casi olvidadas que combinaban imaginación, ironía y mucha mala leche.
Estos insultos del castellano antiguo menos conocidos son una prueba del talento lingüístico de nuestros antepasados. Aunque hoy suenen extraños, nos recuerdan que el humor y la crítica siempre han ido de la mano del lenguaje, incluso cuando se disfrazan con ropajes barrocos y palabras en desuso.
- Calzamonas – Persona que tiene las piernas muy largas y delgadas
Mandria – Vago, sin ganas de vivir.
Soplagaitas – El que habla sin sentido o hace tonterías.
Amedrentado de misa diaria – Cobarde disfrazado de piadoso.
Troglodita del sacristán
Zascandil – Hombre despreciable y ligero.
Camandulero – Falso devoto.
Malnacido – De mala cuna o simplemente mala persona.
Carracuca – Alguien sin seso.
Soroco – Loco o perturbado.
Barrabás – Persona temida, peligrosa.
Renco del entendimiento – Cojo mental.
Alcornoque – Persona muy bruta o torpe.
Fanfarrón de taberna
Lenguaraz – Que habla más de la cuenta.
Lumbrera apagada
Infame carcamal
Morrongo – Hipócrita.
Pato cojo de lengua larga
Pedorro con ínfulas
Zurupeto – Tonto o ridículo.
Tullido de la razón
Clérigo de corcho – Burla hacia el clero ignorante.
Ganapán – Hombre sin oficio.
Gandul empedernido
Boticario de vinagre
Alfeñique de verbo torpe
Huevón de la meseta
Lenteja con patas
Chupatintas sin pluma
Mojigato de feria
Mamarracho sin compostura
Vergajo sin norte
Cascarria de pueblo
Poltrón de oficio eterno
Anacoluto con patas
Esquila de burro
Vulpeja ruin
Tiburcio de las mentiras
Zángano de colmena ajena
Gamusino de palacio
Trapisondista – Alborotador profesional.
Cagalástimas – Siempre quejoso.
Fosco del alma
Pánfilo con ínfulas
Mandria de misa corta
Melón sin estación
Palurdo con zapatos nuevos
Baratija humana
Zahúrda ambulante
Oveja del diablo
¿Qué aprendemos de estos insultos?
Más allá de lo gracioso, esta colección muestra lo rico que es el castellano y cómo el ingenio popular se abría paso incluso a la hora de discutir. En muchos casos, estos insultos eran menos ofensivos que teatrales, como si se tratara de un duelo de palabras en el Siglo de Oro.
Recuperar estas expresiones no es solo un ejercicio de nostalgia lingüística, sino también una forma de celebrar la creatividad del idioma. Así que la próxima vez que te cabrees, en vez de soltar un simple “idiota”, prueba con un:
“¡Mentecato zahareño y badulaque sin compostura!”













